¿Hay que obligar a leer? Si de una respuesta evidente se tratase: “no”. Hubo libros que no leí porque quise disfrutarlos fuera de plazo (y alguna maestra lo respetó), pero yo no sirvo como ejemplo porque no tenía televisor y la respuesta está lejos de lo evidente, así que me atendré a propuestas que no se limiten a la producción de Jordi Sierra i Fabra. Una cosa debéis tener clara: ningún adolescente va a leerlo antes de la semana del examen o “control”. Quien lo haga acaso no tenga vocación de letras.
Hermann Hesse es un ídolo de masas, todos necesitamos mirarnos en ese espejo antes de la veintena: El lobo estepario o Demian, más corto. Caminarán erguidos, con la confianza de saberse poseedores de un secreto íntimo.
Hay que bajar de ahí, nada mejor que La fórmula preferida del profesor,de Yoko Ogawa. La japonesa se antoja una literatura difícil para el carácter mediterráneo, no en este caso. Amor por las matemáticas y cariño por la condición humana desde la mesura nipona, como claro de tablas en la selva oscura.
Una tragedia, Áyax, de Sófocles. A la visión de la cuna, conciencia de las circunstancias que nos tañen: la fama y la ofensa, la humillación, la herida amiga, esquivando ninguna en el coloquio, por quien mejor de los tres reflejó la psique. Ahondar seguido en La casa de Asterión, del Borges, y querer saber por ellos de los muebles y hasta las razones, si las hubiera, de aquel que pudo llamarse Segismundo.
Historias de cronopios y de famas, por ver qué pasa cuando no se enfrentan a la memoria de las características del texto cortazariano sino a la tierna rutina del objeto verde y húmedo. Ellos que bailan catala creyendo bailar reggaetón. Si responden extraordinariamente, uno de los siete relatos de La nieve roja, de Sigismund Krzyzanowski, un Kafka anómalo.
Valor.
Metáforas y Puerros 