El fin del «Homo sovieticus»

(Svetlana Aleksiévich, 2015.)

La experiencia de leer un poco ebrio. Unos días atrás discutíamos sobre las verdades infinitas y la consecuente inexistencia de la verdad. Historias, no verdades, ante las que se debe guardar silencio. La palabra exacta es una palurdez, para que nos entendamos. Cada par de zapatos huele mal de manera diferente.

El que dude del espíritu, emprenda viaje a Rusia. En ruso las cosas bellas se dicen en femenino. ¿Se entiende? El espíritu y lo femenino gobiernan lo cotidiano.

Así hablan. Insisten en su fe en la palabra, en el engaño, si el alma puede sentirse más que engañada. No resulto quizá creíble después de este culto a la personalidad eslava.

No es un libro político. Para eso tildamos al Quijote de parodia de caballerías.

«Me escucho hablar y me digo que esas palabras que pronuncio no pueden ser mías, porque ni siquiera las conozco y no soy más que una chica tonta a la que vuelven loca los bollos con mantequilla…».

He llenado el libro de marcas. Ahora es como Rayuela pero mucho más arriesgado. He subrayado y he puesto lunares.

Un buen traductor se vuelve invisible, Jorge Ferrer está recóndito. Primavera. La bebida esa rusa.

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