Cándido o el optimismo

(Voltaire, 1759.)

Mi edición es una encuadernación a mano en corcho que me regaló P. en la playa de la Concha, de dimensiones 6,5 x 4,8 cm.; tiene unas cuantas faltas ortográficas disculpables al tacto. Es una simpática mezcolanza de géneros que comprende desde la distopía al relato de viajes sin que chirríe el conjunto. Los capítulos breves se prestan a aquellos que no aguantan mucho despiertos con un libro entre las manos. Radica otra gran ventaja en su accesibilidad a todos los públicos: de mi infancia no guardo mejor recuerdo que el de mi madre leyendo(me) antes de dormir. Si tenéis hijos no podéis privarlos de algo parecido. Para los niños, el paso por Buenos Aires, el Dorado, Surinam, Francia, Venecia, Constantinopla… Para los adultos, el diálogo con Leibniz y su “armonía preestablecida” según sentencia de Hamlet (“There are more things in heaven and earth, Horatio…”). La sátira está siempre presente, como en el siguiente fragmento del capítulo XVIII: “¿Con que no tenéis frailes que enseñen, que arguyan, que gobiernen, que enreden, y que quemen a los que no son de su parecer?”. Y aquí (capítulo XXII), de acuerdo con Charles Mauron y su Psicrítica del género cómico, donde sostiene que nos sirve la risa para distraer el trauma que es vivir: “en París se ríe la gente de todo”, “pero se ríen dándose al diablo; se lamentan de todo dando carcajadas de risa”. Los poetas siempre se adelantaron a la experticia [sic].

Hace unas semanas, el poeta Francisco Javier Ávila nos animaba a “escribir también para los niños”. Cándido o el optimismo es ejemplo de cómo hacerlo sin dejar lo demás (el logos) en el camino.

Anexo: se menciona significativamente a los jesuitas. Cuando lo leí me habría gustado que alguien hiciese mención de lo que sigue. La Compañía de Jesús sostenía que la Palabra se había revelado en América antes del 1492, postura que minaba la legitimidad del Imperio-evangelizador de las tierras vírgenes. También en China desplegaron esta “mezcla desconcertante de piedad y cálculo” con el propósito de alinear todos los pueblos bajo el carácter de Roma: armonía establecida. En respuesta al choque de intereses, Carlos III los expulsó de España en el año 1767. Fuente: Octavio Paz, 1982.

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