Nació en Madrid en 1963 y es licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense. Antes de asentar su vida, fundó una compañía de teatro (Karmesí teatro) en la que empeñó cinco años como actor y director. Lleva casi treinta dando clases de historia y filosofía en un instituto, labor que compagina con la creación literaria; en el año 2015 fue finalista del Premio Nadal con Por si acaso te escribí (Premium Editorial, 2017). Ha escrito desde ficción juvenil a comedia pasando por teatro infantil y narrativa para adultos. Hablamos con él de su última novela, Diamantes y otros demonios (Cuadernos del laberinto, 2019); podéis ver la reseña aquí.
P. Cambias de género más que de ropa interior, ¿a qué se debe?
R. Alguien a quien tengo como maestro y referencia en la creación literaria, Ernesto Sabato, decía que los grandes escritores están toda la vida escribiendo la misma novela. Esto supone que, o bien él estaba equivocado o, lo más probable, que yo no llegue nunca a ser un gran escritor. La verdad es que siempre fui un lector voraz y sin filtro, lo que me ha permitido picotear en todos los géneros sin demasiados prejuicios. Ninguno me asusta de entrada. El argumento, el personaje o la trama me llegan y me piden el modo en el que desean ser contados, no hay más. He escrito teatro infantil, ciencia ficción, novela psicológica, humor, negra… Y lo que me queda. Salvo el terror, que no me interesa en absoluto (ese sí me asusta).
P. Sueles poner banda sonora a tus libros. Las variaciones Goldberg en El gusano del mezcal (Edebé, 2008). En el caso de Diamantes y otros demonios eliges el jazz. ¿Es una decisión estética o aprovechas la ficción para introducir tus preferencias musicales?
R. Vaya, nunca lo había pensado, pero creo que hablo de la música que escuchan mis personajes igual que menciono lo que comen, si les duele la cabeza, se duchan o duermen mal. Creo que, al margen de mi variedad de géneros, soy ante todo un autor de personajes, es siempre lo que más me importa por encima incluso del argumento, tal vez porque lo que más valoro cuando leo es ver el mundo a través de otro y la música es un elemento esencial en mi vida. Pero no pienso en mis gustos, sino en los que convienen al personaje. Con toda sinceridad, nunca he escuchado completas la Variaciones Goldberg, aunque sí me gusta el jazz.
P. Háblame de los silencios entre una obra y otra. ¿Qué hace un escritor cuando no tiene la necesidad de escribir?
R. Esta es una pregunta para la que te daría otra respuesta en cualquier momento anterior de mi vida, porque hasta ahora nunca he dejado de escribir más allá de un par de días y siempre por razones ajenas a mi voluntad. Hay gente que va al gimnasio, al psicólogo, pinta, hace maquetas. Yo escribía todos los días desde hace más de cuarenta años y desde hace unos meses este afán ha menguado. Publicar cuatro novelas en menos de seis meses me ha dejado mentalmente agotado y siento que necesito descansar, pero paradójicamente he descubierto que ese supuesto descanso me produce sobre todo estrés, así que tengo en mente dos nuevas novelas, una de las cuales he empezado ya a esbozar. Por cierto, histórica para adultos, un género que no había tocado.
P. ¿Qué sueles leer?
R. Soy un lector voraz, insaciable y con poco sentido crítico a priori, tal vez porque siempre espero que eso que desconozco me sorprenda. A veces, no muchas, lo he conseguido. Sobre todo leo narrativa. Si algún conocido me recomienda, leo. Si encuentro una buena crítica, leo. Si algún amigo me dice que ha publicado, leo. A veces auténticos truños, todo hay que decirlo. De vez en cuando necesito reencontrarme con mis fuentes y regreso a mis clásicos: Kafka, Cortázar, Sabato, Dostoievski…
P. Un vicio que no soportes en los textos ajenos.
R. ¿Solo uno…? Difícil me lo pones, porque ya lidiar con los vicios propios me saca de quicio. No soporto más de un adverbio terminado en mente cada tres páginas, no soporto que la tramoya de la historia se me haga tan evidente que tenga la sensación de vivir en el camerino de los personajes. No soporto a los autores que se esfuerzan por parecer más ingeniosos a cada frase. No soporto leer a gente en cuyos textos la vida no aparece ni como problema porque sus historias son miserables ecuaciones construidas con ingredientes de libro de autoayuda para escribidores torpes… Y aun así, porque sé lo difícil que resulta acabar un libro, tiendo a ser condescendiente salvo con los gilipollas de manual que no saben que escribir consiste en darlo todo de verdad en cada frase, aunque sea un cuento para niños.
P. Tres cadáveres a los que invitarías a comer a casa.
R. Julio Cortázar, Aristóteles y Leonardo da Vinci.
P. ¿Hay algún espacio que visites para inspirarte?
R. Sobre todo, mi interior. Soy un autor de sombras, que prefiere poca invasión externa. Me molesta cualquier distracción, cualquier sonido. Si por mí fuera, el tiempo de escribir lo pasaría en una pirámide inaccesible para la luz que no fuera de candil, para el resto de la humanidad… En Madrid pienso dando paseos en la cocina y en vacaciones por el campo, pero de un tiempo a esta parte mi perro piensa que esos paseos le incumben como juego común y el asunto se ha complicado. Soy maniático en cuanto a horarios, disposición de objetos, sistema de escritura… Un maldito psicópata.
P. Has escrito El Lazarillo de torpes (La esfera de los libros, 2018) donde recoges parte del anecdotario propio de tu profesión de docente en secundaria, pero hay otro argumento más difícil de adaptar a un libro, ¿de quién es la culpa de que España tenga uno de los índices de abandono escolar más sonados de Europa?
R. El Lazarillo de torpes –y quien no lo haya leído no entenderá que ese título es de lo más inocuo- fue un ajuste de cuentas con treinta años de profesión tratando de ofrecer una perspectiva amable y divertida sobre el oficio de enseñar. En cuanto a la gran pregunta, a diferencia de los nuevos gurús de los medios que lo saben todo respecto a cualquier cosa, no tengo una respuesta firme. Creo que se suman diversos factores: los modelos sociales que promueven los medios como triunfadores, las nuevas estructuras de familia que fomentan jóvenes solitarios y propensos al dolce far niente, y en general el desprestigio del conocimiento como herramienta válida para afrontar el futuro. Si un cretino que aparece en TV vale más que quien investiga de manera anónima en un laboratorio. Mientras los pelagatos de ciertos programas y deportistas obtengan en dinero y reconocimiento en un mes lo que un joven ganará en media ida esforzándose la batalla está perdida.
P. Una última pregunta obligada, ¿cocinas?
R. Soy hijo de cocinera y esposo de mujer obsesionada con la comida sana, de modo que… no. Me gusta, pero más allá de algunos platos en los que me he especializado por lo general mi labor se reduce a comprar ingredientes, poner la mesa y retirarla. Eso sí, mis barbacoas son admiradas y mi pollo asado no tiene parangón allende los mares.