(Miguel Sandín, 2019.)
Salgo de los clásicos menos de lo que me gustaría (una cosa que intentaré enmendar en virtud de este proyecto) y cuando lo hago me gusta andar sobre seguro. Es por eso que me vuelvo a dejar seducir por Miguel Sandín, a quien he tenido no sólo la suerte de leer, también de conocerlo en la puerta del instituto donde enseña historia y filosofía. Mi padre chocó con él en una edición de la Feria del Libro de Madrid y volvió a casa con Por si acaso te escribí. Cuando acabé con ella decidí contactarle por maldita red social y entonces que lo conocí y quise corresponderle con una obra que presentaba al Premio Nadal de aquel año. Pero esa es otra historia.
Decir que se hace corta es una de las mejores cosas que pueden decirse de una novela, y después de las casi mil páginas de Los demonios se convierte en una necesidad.
[Puedes leer nuestra reseña de Los demonios, de Dostoievski, aquí.]
Se hace corta. Uno alcanza a sentirse incómodo porque los personajes llegan a rebasar la ficción para cometer bajezas propias de los telediarios de Antena 3, y ese es un espejo en el que ninguno quiere mirarse. De alguna manera, los diálogos de Sandín surgen reconocibles para quien ha tenido experiencia con su obra, sin ofensa de la verosimilitud, como oler la colonia de un ex.
Ritmo rápido, sin digresiones ni cantos de sirena. Desde que empiezas sabes adónde quiere llegar (la contracubierta deja poco a elucubraciones), decisión arriesgada aunque coherente que, contra todo empirismo, no malogra la experiencia.
Cuentan que un salario digno denigra al poeta, lo que por otro lado es la opinión de quien cobra un salario indigno a su profesión. Miguel advierte: si vas a dedicarte a esto, empieza por encontrar trabajo fuera. Diamantes y otros demonios propone una alternativa al trabajo mal pagado, o consecuencias de la alternativa, o inconsecuencia alternativa. Malas decisiones y jazz, penitencia o pertinencia de un mejor resumen si fuera posible resumir un libro. En cualquier caso, no hay resúmenes a priori; en palabras de la DGT: “No podemos conducir por ti”.
