(Julio Cortázar, 1963.)
Cualquier otro podría felicitarse por la autoría de Rayuela, pero de Cortázar sabe a menos. No acaba de adaptarse al ritmo del juego del que toma título, y las conversaciones con frecuencia quedan a medio camino de la intuición para adoptar un tono esnob que hace las delicias de los púberes amanerados. Tampoco satisface a uno la propuesta de lectura a que invita, saltando entre capítulos según un itinerario establecido. De nuevo sensación de artificio, de organigrama de supermercado. Por suerte para quien pasa por esta historia, el autor tiene el detalle de dotar un carácter como «la Maga», de un realismo turgente. Ella, como nosotros, víctima del pseudo-intelectualismo de su entorno: la más perfecta incongruencia del espacio parisino.
Dicho lo cual, obra ideal para afrontar la gota fría y tiempos adversos, hablamos de obra magna y magnánima.
